lunes, 16 de abril de 2012

Vacíos

Despertó sobresaltada. No pudo recordar qué soñaba o si en realidad soñaba. Hacía tiempo que dormía sola, pero hoy él estaba a su lado. Lo oía respirar al otro lado de la cama. Se había acostumbrado a su presencia esporádica, al igual que se había acostumbrado a su soledad. Hizo un esfuerzo por un momento y no pudo recordar la última vez que sintió un abrazo en mitad de la noche, que no fuese para comenzar una batalla de caricias. Esos abrazos que se dan aún estando dormidos, cuando extrañamos la calidez de la persona que está a nuestro lado.

Había pasado muchos años en una relación. Siempre estuvo segura de que estaba enamorada y durante todos esos años se consideró realmente feliz. Pero un día, esa pregunta pasó por mente. Esa, que sólo llega cuando nuestro subconsciente sabe perfectamente la respuesta, pero se cansó de dejar pistas y recurre a la pregunta, así como para que nos topemos con ella y lleguemos a nuestra propia conclusión. “¿Eres Feliz?” se había preguntado ella aquella mañana que ya parecía lejana. Podía recordar el momento exacto, cuando frente al espejo, se cepillaba los dientes y sus ojos se consiguieron con los ojos de su reflejo, y la pregunta vino directo a su mente. Se quedó petrificada. Siempre dijo que la primera señal de infelicidad, era preguntarse si éramos felices. Terminó de cepillarse, cerró el grifo del agua y se sentó sobre la cama. Hizo un balance rápido de su vida y no pudo evitar sorprenderse al darse cuenta que ahora veía la felicidad muy lejana. Desde ese momento, todo fue en picada. Pasar de la duda a la decisión, al planteamiento y a la ruptura, se convirtió en una cadena de pasos que se había vuelto más acelerada de lo que ella en realidad hubiese querido. Se sintió sola al principio, pero luego descubrió una “ella” que nunca había conocido. Comenzó a sentirse independiente, indetenible, libre. Se reconcilió con la soledad que tanto había temido y aprendió a apreciarla, a disfrutarla.

Aprendió de pieles y mientras lo hacía, aprendió a entender la suya. Sintió llegar el amor, aunque distinto al que había conocido hasta ese momento, pero sin darse cuenta, después de distintas decepciones, se fue alejando de él. Esa madrugada, después de despertarse en la mitad de la noche, se había dado cuenta qué lejos lo veía ahora y más aún, cuánto lo extrañaba. Había olvidado lo que se sentía escuchar un “te quiero” sincero. Anhelaba sentir una caricia tierna. Comprendió que había cerrado muchas puertas, queriendo aferrarse a un imposible. Pensó en la manera de abrirlas de nuevo. Decidió que era momento de una nueva oportunidad. Pero se vio sola. Aunque él estaba allí, al alcance de su mano. Y lloró. Lo hizo cuando se dio cuenta que estaba llena de sentimientos secos, estériles, que se habían petrificado por no conseguir respuesta. Y volvió a pensar en cuánto extrañaba el amor. Secó sus lágrimas. Le dio la espalda y se durmió de nuevo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario