lunes, 16 de abril de 2012

Puntos de vista

Mientras manejaba, trataba de hacer un balance de todo lo que había sucedido. No era que no estuviese de acuerdo con la decisión, de hecho, estaba feliz de que al fin la hubiese tomado. Por primera vez vislumbraba cambios en su vida, que no lo atemorizaban ni le causaban ansiedad. Sentía que se había quitado años de encima, desde el preciso momento en que ella lo llamó y le dijo “Hablé con él. Está arreglado”. Pero justamente por esto, no quería que la felicidad se empañara por la culpa y había decidido asegurarse de que había hecho las cosas bien.

La verdad es que se había deslumbrado desde el momento en que la conoció. “Ella es mi esposa Valeria” le dijo Alberto Colmenares el día que los presentó, en una oportunidad en que ella lo llevó hasta una cafetería en la que se encontrarían para ir juntos a una reunión, donde discutirían sobre un gran proyecto que sería la oportunidad de crecer, de la hasta ese momento, pequeña compañía de construcción y remodelación en la que se habían asociado, él como arquitecto y Alberto como ingeniero. Y desde allí se enamoró de esa sonrisa tímida, de lado, pero a la vez pícara y sincera.

Hizo lo posible por poner límites, no sólo porque Alberto era su amigo y su socio, sino porque Valeria era considerablemente más joven que él y le parecía ridículo que a sus casi 60 años de edad, estuviese correteando detrás de una muchachita —esto en la fantasía de que no estuviesen casados y ella le correspondiera—. Así que evitaba quedarse con ella a solas y trataba de no entablar conversaciones largas que salieran de las cosas banales que pueden decirse un hombre y la esposa de su socio. De hecho, desechó por completo el primer pensamiento de “una señal” el día que se presentó a su curso de cocina, como todos los miércoles y vio a Valeria sentada en uno de los puestos que habían estado desocupados. “¡Qué casualidad!” le dijo ella cuando lo vio sentarse en su puesto habitual, mientras se paraba para darle un beso cariñoso en la mejilla. Le aterrorizó cuando la vio anotar su nombre en la lista de los que participarían en el curso siguiente, justo dos nombres por encima del suyo. Pero la verdad es que tampoco pensó en dejar de asistir —pudiste haberlo hecho, Rafael, se dijo— y no lo pensó porque simplemente disfrutaba la compañía de Valeria. De allí en adelante, todo fue muy rápido. Desde aquel miércoles en que ella llegó hecha un mar de lágrimas, diciendo que ya no soportaba un día más estar casada con Alberto, su vida había cambiado por completo. Una cosa era que él se interpusiera en un matrimonio feliz, pero otra muy distinta era que simplemente la rescatara de algo que ya no tenía arreglo. Así las cosas, no dudó en invitarla a tomarse un trago cuando Alberto tuvo que salir de viaje. Fueron a su apartamento y luego de algunas copas, ella le confesó que era terriblemente infeliz. Del consuelo pasaron a las caricias, los besos y luego a la cama. Y así comenzaron 7 meses de citas a escondidas y de engaños. Ella nunca le contaba detalles de su matrimonio, pero un día, en que estaba visiblemente alterada, él le preguntó que por qué no lo dejaba, a lo que ella sólo respondió “No puedo”.

Por eso le sorprendió tanto cuando hacía unos días, Valeria había llegado radiante al curso de cocina y le dijo “Lo decidí. Voy a dejarlo”. Estaba tan eufórica que ni siquiera había llevado su equipo de cocina completo y él tuvo que prestarle un cuchillo y una taza de medir para poder hacer la receta del día. Luego, al terminar, lo llevó casi con desesperación hacia su apartamento y le hizo el amor como nunca antes, llegando incluso a ser inusualmente violenta, al punto de que en uno de los momentos de mayor pasión le había arañado la cara. Luego, lo besó con ternura y le dijo “Por fin voy a poder ser libre”. Rafael pasó toda la noche en vela, entre emocionado, sorprendido y preocupado. Pero luego de un corto sueño, se sintió completamente aliviado y feliz. Alberto no apareció por la oficina ese día y tampoco el viernes. Su secretaria le dijo a Rafael que le había dado instrucciones de llamar a su abogado y que le pidió que lo excusara con su socio. También, le pidió el número de la Agencia de viajes donde ella solía comprar sus boletos aéreos. Rafael no se atrevió a llamar a Valeria. Esperó pacientemente hasta que el sábado en la tarde la angustia lo obligó. Ella respondió tranquila. Le dijo que no se preocupara, que todo estaba bien y que se verían, como siempre, en el curso de cocina.

Ella llegó ese miércoles cambiada, algo en su expresión se había vuelto un poco sombrío, pero Rafael entendió que una separación, por más deseada que sea, siempre suele ser incómoda. Al salir, ella le pidió prestado su teléfono celular, porque había dejado el suyo en casa. Hizo una llamada y se lo devolvió. Le dijo que Alberto había decidido irse un tiempo. Que seguramente lo llamaría para decírselo y que ya estaba al tanto de todo, incluso de la relación existente entre ellos. Lo tranquilizó diciéndole que lo había tomado bien. Luego le dio un beso y se marchó.

Al día siguiente, Rafael vio el nombre de Alberto aparecer en la pantalla de su celular y luego de un saludo bastante incómodo, los dos hombres quedaron en encontrarse en la casa de la antigua pareja a las 4 de la tarde. Alberto le dijo que necesitaba hablar con él. Hacia allá se dirigía en ese momento.

Llegó y la puerta estaba entreabierta. Dio unos golpecitos con sus nudillos y entró. Gran parte de los muebles estaban recogidos y embalados y al pié de la escalera se encontraban varias maletas. Siguió caminando y se quedó paralizado cuando vio a Alberto tirado en el piso en medio de un charco de sangre. Su cuchillo de cocina se encontraba a un lado, empapado en la sangre de su socio. Se acercó y vio en el piso unos planos de la casa, con indicaciones de cambio de paredes y distribución, como las que solía hacer Alberto en los planos para indicarle qué debía ser remodelado. A un lado estaban dos pasajes, leyó algo y sin importarle que estaban llenos de sangre, los tomó para leer más de cerca. Estaban a nombre de Alberto y de Valeria y su destino era Paris, con fecha de regreso en 3 semanas. Trataba de entender lo que había ocurrido, cuando la voz de Valeria lo sacó de sus divagaciones “¿Qué has hecho?” le dijo entre llanto y gritos. Venía acompañada de dos hombres que inmediatamente hicieron ademán de intentar retenerlo si es que se le ocurría huir, mientras Valeria les decía que llamaran a la policía. Pero no era necesario. Rafael estaba petrificado, ni siquiera intentó moverse, sólo hizo el mismo recorrido mental que venía haciendo en el carro, sólo que ahora, desde otro punto de vista.

No hay comentarios:

Publicar un comentario