lunes, 16 de abril de 2012

Gracias, Sr. Presidente

No, no he saltado la talanquera. Sigo en mi firme posición de que este ha sido el peor gobierno —con un margen largo— que ha tenido nuestro país. Pero por un momento, invito a cualquiera que esté leyendo este texto a que se desprenda de esa “posición política” que hemos tenido que adoptar en los últimos años. No importa si se trata de oficialismo o de oposición, por un momento desaceleremos el paso y simplemente permitámonos ver, desde una perspectiva más externa, el momento histórico que estamos viviendo.

Crecí escuchando hablar de Democracia. Tanto, que era algo que simplemente daba por sentado ¿a quién se le iba a ocurrir que para tomar una decisión, la forma más “lógica” no fuese hacer lo que quería la mayoría? Pero para mí, la DEMOCRACIA era un bien, un derecho, un modo de vida, heredado de otras generaciones. Estudié en Historia de Venezuela sobre dictadores, partidos, golpes de estado, pactos y generaciones de estudiantes que lucharon y que en algunos casos fueron capaces de dar sus vidas para que yo, a los 18 años, pudiese manchar mi dedo meñique con tinta indeleble y expresar mi opinión —fuese la que fuese— y que la misma fuese respetada. Sin embargo, viéndolo en una clase de Historia o Cátedra Bolivariana —con una profesora a la que llamábamos “Centella” porque llegaba en moto y vestida de cuero negro todos los días a clases— para mí solo eran un montón de nombres, fechas y cuentos que se mezclaban en mi cabeza y que difícilmente podía visualizar porque —nuevamente— ¿a quién demonios se le podía ocurrir querer gobernar un país sin la “autorización” de la gente que en él vivía? Ese concepto era demasiado retrógrado y arcaico para mis 15 o 16 años.

Pero todos teníamos un tío, un abuelo, un tío abuelo, un primo abuelo… en fin, un pariente, que había vivido esa época y que, como buena oveja negra de la familia, había participado en alguna revuelta, o había conspirado, o había escondido a algún perseguido, o de alguna otra manera había puesto su granito de arena para construir esa democracia que teníamos como herencia y al que le veíamos un brillo extraño en los ojos —demencial, pensaba yo— cuando relataba las historias de las vicisitudes que había tenido que pasar para que “tú, muchachita, tengas hoy el derecho a elegir quien te gobernará”. En mi caso, tenía un tío abuelo que había estado preso en Guasina —una isla cárcel ubicada en el Orinoco— por intentar ponerle una bomba a Marcos Pérez Jiménez.

Sacando un cálculo veloz, hubo dos o tres generaciones que disfrutamos hasta cierto momento de nuestra vida de esa “Democracia heredada” de la que sólo nos acordábamos cada 5 años cuando debíamos ir a votar. Las votaciones eran una fiesta. Nadie votaba para “defender la democracia”, votábamos porque era “un derecho y un deber” —repetido como cancioncita y sin pararnos mucho a reflexionar en lo que esto significaba— y porque el ambiente festivo que envolvía las elecciones, era el momento perfecto para la parrillita, compartir con la familia y el jueguito de dominó, mientras esperábamos los resultados de un CSE —el ente electoral era Supremo, no Nacional— sin que nadie se sentara a mirar fijamente la TV para ver cuando saliera el vocero —mucho menos para ver la baranda—, porque simplemente estábamos acostumbrados a que ganaba uno o ganaba el otro, con cierta alternabilidad que pocas veces se veía alterada.

Pero un día de 1998, todo cambió. Y un poco más adelante, por primera vez, las generaciones de Democracia heredada oímos, en vivo y directo y en cadena nacional, la palabra “Constituyente”. A las palabras raras se sumaron referendo —aunque esta la habíamos escuchado un poquito con el tema del Esequibo— plebiscito, vinculante (o no vinculante) y unas tantas otras que sería un poco largo enumerar pero que ya hoy, todos conocemos. El venezolano —léase VENEZOLANO, no oposición ni oficialismo— acudió a votar, pero esta vez para decidir si el nuevo presidente que habíamos elegido era o no digno de nuestra confianza. Muchos pensaron que sí, otros pensaron que no, y a partir de allí, Venezuela, se dividió en dos grandes bandos con notables diferencias que venían marcadas por años de no entender que la “Democracia Heredada” también implicaba una responsabilidad.

Y en este punto me detengo. Hay una frase que escuché una vez y que confieso no saber de quién es que dice que “cuando se está haciendo la historia, nadie cree que es historia” y por esto, de nuevo, los invito un momento a reflexionar y a interiorizar —a pesar de las divisiones, las preferencias políticas o el bando en el que estemos— la maravillosa sensación de “hacer historia”. Las generaciones de venezolanos que heredamos la democracia, hoy estamos haciendo historia. El día de mañana, mis hijos y los de muchos de ustedes —oposición u oficialismo— verán en nuestros ojos ese “brillo demencial” cuando les hablemos de un país dividido. De una generación que demostró no ser tan boba, como aquel tristemente célebre psiquiatra dijo. Cuando les hablemos de la transformación política que cada venezolano sufrió en lo más interno de sí. Cuando le hablemos de un hombre que tuvo a su favor todo para ser el mejor presidente que Venezuela haya conocido, pero que no estuvo a la altura de lo que se esperaba. Cuando hablemos de marchas multitudinarias, de un lado y del otro. De un paro petrolero. De un camino a Miraflores que terminó en tragedia. De militares que tomaron una plaza para rebelarse ante las injusticias. De estudiantes que dejaron de comer para defender nuestros derechos. De una pancarta puesta en un estadio que nos llenó de esperanza con tan solo dos palabras “estás ponchao”. De una jueza que fue detenida por cumplir con su trabajo. De tres comisarios que fueron presos por defendernos. Cuando les hablemos de un hombre que se dejó morir, antes que renunciar a sus principios. Pero sobretodo, cuando vean en nuestros ojos más que el brillo del recuerdo, el de la necesidad enorme de hacerles entender que no basta con heredar la Democracia, que siempre, constantemente, hay que luchar por ella y defenderla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario