lunes, 16 de abril de 2012

Primarias, otra vez….

Siempre dije que lo único que el venezolano tiene que agradecerle a Hugo Chávez, es haberle devuelto el interés en la política. Es cierto que tal vez en estos casi 13 años hemos llegado a los extremo y sé, que desde cierto punto de vista, nos hallamos ante un pueblo que puede catalogarse como apático ante todos los atropellos de los que hemos sido víctima. Pero, también es verdad que nunca antes el venezolano había estado tan informado del acontecer político del país. A pesar de que cada día nace un nuevo “Ministerio del Poder Popular para…” gran parte de la ciudadanía está al tanto de quienes los encabezan, de lo que ocurre en la Asamblea Nacional, de las leyes que están en discusión y así podríamos seguir enumerando. Sin embargo, es cierto que esa misma explosión de “conocimiento político”, donde nos conseguimos consignas, problemas, ministerios y leyes a cada hora del día, ha llevado al venezolano a un hastío bárbaro y mucho ha influido en ese “fastidio político colectivo” las interminables ocasiones en que hemos tenido que acercarnos a las urnas para ejercer nuestro derecho al voto.

Cuando cumplí 18 años, nos pusimos de acuerdo un grupo de amigos para ir a inscribirnos en el Registro Electoral. No había campaña, no había que votar para sacar a nadie, pero —en parte por faramallería, en parte por asumir una responsabilidad de adulto— nos emocionaba la idea de aportar un granito de arena para construir un país. Para esa época, votar era simplemente ejercer un derecho y un deber, oportunidad que teníamos cada 4 años y que de resto, era muy raro que nos acordáramos de ella. Quizás por esto, ejercer el voto era también una fiesta. En muchos casos un motivo de reunión, donde personas de una misma familia pero de distintas tendencias políticas, podían reunirse para ejercer su derecho al voto, hacer una parrillita y “discutir de política” (entre comillas, porque el discutir era irrelevante) mientras se esperaban los resultados. Anunciado el candidato ganador, obviamente había vencedores y vencidos, pero el tema no pasaba más allá de las caras de felicidad de unos y las caras largas de otros, difundidos, eso sí, por TODOS los medios nacionales. Esa era la política de entonces. La verdad, nadie se ocupaba mucho de debates, ni de planes de gobierno, ni de nuevos candidatos, quizás porque estábamos acostumbrados a que fuera blanco o fuera verde, tal vez porque nos sentíamos satisfechos simplemente con cumplir con nuestro deber de votar o muy probablemente, porque no había escasez, la corrupción era “moderada”, la inseguridad no era tan grave, teníamos dólares para viajar y sencillamente, la política no era “nuestro asunto”.

Dudo mucho que un venezolano común de aquella época se ocupara, por ejemplo, de cuánto era lo que se gastaba el presidente en trajes o de cuánto costaba el avión presidencial, o del despilfarro en el último viaje a una nación lejana. Hubo sus excepciones —era un poco difícil no emitir un comentario ante un regalo de un barco a un país sin costa— pero realmente, eran muy contadas.

El venezolano de antes, por ejemplo, no usaba en su vocabulario la palabra “referendum” (salvo en el caso del Esequibo) y mucho menos manejaba el concepto de “primarias”. Puedo inferir que definitivamente las cosas han cambiado, cuando mi hijo de 8 años, conoce, maneja y discute sobre ambos conceptos.

Ahora, cuando el venezolano actual se enfrenta de nuevo al reto de unas elecciones y cuando además tenemos la oportunidad y la responsabilidad de elegir de un grupo de hombres y mujeres a aquel que dará la cara por nosotros, es buen momento para pensar qué queremos para nuestro futuro: ¿queremos seguir metidos de lleno en los temas políticos como en estos últimos 13 años o queremos volver a ser los cómodos —por no decir conformistas— de antes? Yo creo que lo ideal es un punto medio. Un punto que nos permita, mantenernos informados lo suficientes para mantener la guardia alta, pero que a la vez nos de la confianza suficiente para saber, que la mayoría de los que están en el gobierno, están capacitados para hacerlo bien y que aunque alguno, de vez en cuando pueda equivocarse, no es la mayoría. Un punto que nos permita dejar a los que saben hacer su trabajo, con la convicción de que buscan lo mejor para el país.

Lamentablemente, para lograr esto, el día de hoy tenemos que ser, más que nunca, los que hemos sido estos 13 años. Desde ahora, hasta que llegue el día de las primarias, tenemos que exigir a TODOS los precandidatos de oposición lo mejor de sí. Debates, respuestas, planes, planteamientos y todo lo que sea necesario. No basta cegarnos por la simpatía con uno y apoyarlo hasta el final, hay que retarlo, hay que sopesar, hay que analizar, hay que sacar lo bueno de cada de uno, pero también lo malo, no para destruirlo o criticarlo, sino para saber a lo que nos enfrentamos. Basta de elegir al “menos malo”, es hora de elegir al MEJOR.

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