miércoles, 27 de julio de 2011

Sumar y no restar...

Leyendo el artículo “No me hablen mal de los venezolanos!” de María Denisse de Capriles publicado el día de hoy en El Universal (excelente por cierto, artículo que TODO venezolano debería leer. Les dejo el link http://ow.ly/5OShe ), no pude menos que hacer la reflexión de que, lamentablemente, no son sólo un grupo de venezolanos que están fuera los que se han dedicado a hablar mal de su país y de sus propios coterráneos, muy tristemente, dentro de nuestras mismas fronteras, encontramos día a día quienes se empeñan en desmerecer el trabajo de hormiguita que muchos llevan adelante por hacer crecer este maravilloso país.

Me canso de leer en Twitter todos los días, comentarios de personas que desacreditan a otras únicamente porque su forma de “trabajar por el país” no es la misma que ellos llevan a cabo, o porque la consideran simplemente “políticamente incorrecta”.

Leo timelines de personas que pasan todo el día despotricando del gobierno, de la oposición, de la intolerancia, del odio, de los que protestan, de los que no protestan, de los que hablan de Chávez, de los que no hablan y de cualquier cosa de la que sea posible quejarse en la vida —y de las que no también— pero cada vez que pueden asoman el comentario de tener las elecciones del 2012 como “tope” de su estadía en el país.

Leo también críticas —directas y al aire— hacia las personas que no tienen su TL lleno de protestas o de “yo hice”, “yo fui”, “yo apoyé” o que simplemente “osan” —según criterio de estos personajes— de tomar la decisión de utilizar SU Twitter, y lo recalco de nuevo SU Twitter para hablar de lo que les provoque, que no necesariamente sea de la última cadena de Hugo Chávez. Pero que se olvidan de que el botón de unfollow existe cuando recuerdan que esto puede implicar el que la lista de followers disminuya. Es pereferible criticar sin dejar rastros.

Pues voy a decirles algo, nunca antes había conocido ni tenido tanta gente cerca que cada día, no es un granito de arena lo que ponen por el país, sino un cerro completo —y no me refiero únicamente en el ámbito laboral—, dedicándose a su trabajo al máximo, sino también en apoyo a todo el movimiento gigantesco que se está haciendo por sacar el país adelante. Y ¿saben qué es lo más interesante? Que no ponen una sola letra en Twitter o en red social alguna para decir lo que están haciendo, porque lo que quieren no es figurar, es trabajar.

“Que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda hace”, dice la Biblia. “Porque esto sólo se trata de alarde”, le agrego yo.

Desgarrarse las vestiduras en las redes sociales y subir fotos de cuanta marcha, protesta, huelga, y un largo etcétera ocurran, no significa que estás trabajando y construyendo un país, cuando por otro lado criticas y destruyes cualquier iniciativa que otros han tenido.

El principal enemigo que este país tiene dejó de ser Chávez hace rato. Él mismo, muy inteligentemente, le cedió su puesto a la división. Mientras cada venezolano se empeñe en halar hacia el lado que más le convenga, todos los esfuerzos serán en vano. Y el principal alimentador de esa división es la crítica sin sentido, porque con esto sólo logramos separar lo poco que sigue unido.

Coincido con María Denisse de Capriles en que nunca había habido tantos venezolanos echándole pichón por el país hermoso que tenemos, lamentablemente, tampoco nunca había habido tanta división en nuestras propias filas.

Leí un post hace unos meses de Carmen Padrón llamado “Tolerancia cero. Literalmente” (http://ow.ly/5ORvU) en el que hablaba de que no estaba de acuerdo con la tolerancia, porque tolerantes eran esas “personas que ven lo que pasa de reojo. compadecen al ‘afectado’ y hablan de su ‘desgracia’ a su espalda” . Estoy de acuerdo. Venezuela no necesita “tolerancia”, Venezuela necesita “convivencia” donde todos aceptamos que no somos iguales y aprendemos a vivir con las opiniones diferentes de los demás y con sus diferentes procederes, sin que consideremos que esas diferencias constituyan un limitativo del amor que se tiene por el país o de las ganas de trabajar por él.

Venezuela necesita trabajo en equipo, uno en el que apoyemos las iniciativas comunes, pero en el que también entendamos que muchas personas hacen su mayor esfuerzo y que no es medidor de si es más o menos efectivo que otro, el que sea publicado en Twitter con bombos y platillos para que el mundo se entere de que estoy haciendo algo.

Venezuela necesita grandeza, pero el venezolano necesita, más que nunca, humildad. La humildad de reconocer que el trabajo individual es importante, importantísimo, pero que sólo nos ayudará a salir de esto el trabajo en equipo. Que a veces, el mejor aporte que podemos hacer por lograr la unidad, es guardarnos nuestra opinión si vemos que sencillamente sólo destruye y no aporta nada.

Venezuela necesita quien sume, no quien reste.

No soy dueña de la verdad, pero es mi humilde opinión.

lunes, 25 de julio de 2011

La Caracas de Billo



Crecí con las canciones de Billo. Eran repertorio infaltable que "Las Hermanitas Veracoechea" (grupo familiar formado por mis tías y mi mamá) jamás dejaba de lado. Por supuesto, también crecí con las anécdotas que acompañaban esas canciones...

"Me han quitado a mi Caracas, compañero, poco a poco se me ha ido mi ciudad, la han llenado de bonitos rascacielos, y sus lindos techos rojos ya no están..."


La imagen de una Caracas engalanda con techos rojos, donde las "cuerditas" de muchachos engominados se reunían en las esquinas o en la que las muchachas salían a pasear por La Planicie, para llamar la atención de algún mozuelo, ya era lejana en mi infancia.

Imaginar una ciudad tan hermosa que inspirara a un extranjero a escribir las bellezas que Billo decía sobre Caracas, era ya para mí algo mágico. Las historias de mis tías, mi mamá y mi abuela, me hacían soñar con aquel Isidoro que encaramado en su carreta de caballos, regalaba serenatas a las damas en nombre del amor platónico inspirado a algún caballero.

Y es que esa Caracas majestuosa, digna Sultana del Avila, debe haber sido un espectáculo maravilloso, tanto como para que Billo hablara de poner "cuerdas de oro" al arpa, solo para poder cantarle.

Recuerdo, cuando Billo murió, a un grupo de caraqueños que se apostaron por donde pasarian su restos, para rendir un último homenaje a aquel hombre que tanto amó Caracas y cantar "el último compás de alma llanera" como decía su canción.

Y hoy me pregunto ¿qué diría Billo si viera la ciudad que tenemos ahora? Una Caracas que aunque para mí sigue siendo única, se encuentra tan golpeada y maltratada, no sólo por cantidades de gobiernos, sino por nosotros mismos que habitamos en ella.

Y pensándolo bien, creo que hoy, día de su cumpleaños, Billo podría dentro de todo, encontrar esa parte hermosa (siempre latente) que nuestra ciudad sigue encerrando. Le cantaría por ejemplo, a las bandadas de loros y guacamayas que todas las tardea a las cinco sobrevuelan la ciudad, retornando a sus nidos. O a la experiencia única de ver el Jardín Botánico y el Parque los Caobos desde la Terraza de la GAN. O tal vez, a sentarse en Los Galpones a ver a una película al aire libre. Pero estoy completamente segura, que el Cantor de Caracas, encontraría mil razones para cantarle a su Caracas. Mil razones que los caraqueños de hoy, inmersos en el día a día de nuestra ciudad, nos negamos.

Particularmente, sigo amando mi ciudad, el amor a Caracas que las canciones de Billo inculcaron en mi infancia sigue intacto. Y aunque sé que la Caracas del Roof Garden y La Suiza no volverá, espero que mis hijos puedan disfrutar de una ciudad hermosa que vuelva algún día a vestir sus galas de Sultana y de nuevo se convierta en la sucursal del cielo, de ese cielo que cada atardecer pareciera venir a visitarla y a conversar con el Avila y bañándolo de esa luz especial que hace que cada caraqueño lleve a su ciudad grabada en el alma, sin importar en que lejano sitio del mundo se encuentre.

lunes, 18 de julio de 2011

Una novela a la venezolana…




Todo el país esperando por un juego. No es que nunca hubiésemos estado pendientes de un juego de la selección, es que por primera vez, nos permitimos tener la certeza de una contundente victoria y no la esperanza de un golpe de suerte. Venezuela (el país) se sentía triunfadora y por primera vez le infundimos a Venezuela (el equipo) la seguridad que da el apoyo incondicional.

La preparación daba sus frutos en cada jugada. La confianza lo hacía en el ambiente.
Vimos un equipo que no se sintió sorprendido ante su desempeño y no por egolatría o por considerar al rival como pequeño, simplemente porque se sentían capaces, preparados y con la victoria en la mente.

Resultó al final que Venezuela efectivamente escribió su propia novela. Se volvió protagonista gracias a la acción de Vizcarrondo, dejando al mundo en el clímax del medio tiempo a la espera del desenlace. La trama se volvió drama ante los ataques de un Chile que volvió en el segundo tiempo dispuesto a reclamar lo perdido, lo que consideraba suyo. El país entero estuvo en vilo con los disparos de Sánchez a la portería de Renny Vega. El tan anhelado gol de Chile se consumó en el minuto 69. Pero lejos de ver un equipo conformista, Venezuela se creció, retomando de nuevo la orquestada (y calmada) sincronización del primer tiempo para lograr, en una excelente jugada de Arango, que Cíchero cristalizara el desenlace por el que todo un país esperaba. El final de la novela. La victoria Vinotinto.

Pero la trama era más complicada de lo que parecía. El triunfo de Venezuela sobre Chile no solo significaba el paso a semifinales, ni el mayor y mejor precedente para obtener el respeto por el que tanto ha trabajado el equipo. La derrota de la oncena roja brindó a un país dividido la esperanza de la unidad. Nos recordó como el esfuerzo y el trabajo en equipo siempre rinde sus frutos. Nos enseñó que las Cenicientas pueden ser reinas, cuando se tienen sueños y esperanzas y se trabaja por hacerlos realidad. Y sobretodo nos gritó, con el sonido de un Gol, que el respeto se gana con valentía, con confianza y sin bajar la cabeza.

Siempre hemos hecho novelas. Aprendimos a hacer futbol. Propongámonos aprender a hacer país.