jueves, 7 de enero de 2010

Chispas


Alguien dijo que el peor enemigo de cada uno de nosotros, somos nosotros mismos. Cuesta a veces entender esta afirmación, porque no aceptamos que constantemente nos saboteamos la felicidad simplemente por confundirnos o por querer cumplir con paradigmas autoimpuestos que han determinado el "cómo deben ser las cosas" por generaciones y generaciones. Pero la realidad (y aunque suene a que estoy adjudicándome el descubrimiento del agua tibia) es que el mundo ha cambiado. Y mucho.
Nos hemos acostumbrado a vivir acelerados. Oímos a muchos, pero no escuchamos a nadie. Conocemos cada día a cantidades de personas, pero se nos olvidó lo que significa confiar en alguien e incluso hasta dudamos de aquel que nos manifiesta su confianza. Se nos olvidó cómo conectarnos con nosotros mismos y escuchar nuestras emociones, porque vivimos más pendientes de prejuicios y falsos valores. Olvidamos disfrutar, vivir, entender que un momento de felicidad perdido no se recupera nunca. Dejamos de practicar la convivencia, porque ya no nos interesa compartir o sentir al otro, salvo en aquellos planos en los que nuestro interior no está comprometido.
No entendemos que "ser feliz" no depende de un estado o de una situación. Tampoco implica reir perennemente. Simplemente se trata de una actitud. De la actitud que nos lleve a decretarlo y a dedicarle el tiempo mínimo necesario para serlo, porque cuando la felicidad se vuelva parte de nuestras vidas la encontraremos en cada rincón donde busquemos.
Nos acostumbramos a ver las cosas elementales pero nunca la esencia. Siempre vemos el sombrero, pero jamás el elefante dentro de la boa. Nos hacemos una impresión de la gente, de las situaciones, pero jamás exploramos las razones. Y si en algún momento nos damos cuenta de estar equivocados, consideramos irrelevante rectificar, porque al final alguien o algo vendrá a sustituirlo.
Dejamos de lado a nuestro niño interior y lo peor, dejamos de confiar en él. Racionalizamos de tal forma la vida que reir, amar, enamorarnos, llorar, manifestar cariño dejó de ser espontáneo para convertirse en programado. Aprendimos a disimular (o a mentir) con tal de no dejar en evidencia nuestros sentimientos y nos complicamos pensando en las reacciones de los demás si los dejamos florecer.
Se nos olvida que nacemos y morimos solos y que es un verdadero privilegio tener quien nos acompañe en el camino. Que no todo el mundo consigue a quien amar y mucho menos aún quien lo ame. Que los sentimientos mueren, si no los cultivamos pero que también se vuelven inmensos cuando somos consecuentes con ellos. Que no tienen límite, al igual que nuestra propia esencia. Que querer es poder. Que limitarnos es el peor daño que podemos hacernos a nosotros mismos y que no vivir a plenitud es simplemente vivir a la mitad.
Como decía Laura Esquivel, hay que encontrar esa chispa que hace que nuestra caja de fósforos encienda: en el plano laboral, en el plano familiar, en nuestro desarrollo como seres plenos, en el amor, en el sexo y en todos los ámbitos de nuestra vida. Y cuando lo encontramos, conservarlo y protegerlo como el mayor tesoro, porque al final eso será lo único que importe, el que hayamos sido felices y estemos satisfechos con nosotros mismos.
Hay que vivir, amar, entregarnos, equivocarnos si es necesario y volver a empezar. Pero nunca rendirnos.

3 comentarios:

  1. Dicen los sabios que la felicidad es el estado donde el ser humano carece de necesidades. Al no necesitar nada, eres feliz, porque no sufres por la falta de cosas o personas.

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  2. buen tema y bien desarrollado, asi habla solo una persona admirable...enhorabuena por este post !

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