miércoles, 18 de mayo de 2011

Hannah Montana creció...




“Mamá! Viene Hannah Montana!”, me gritaron mis hijos de 7 y 5 años luego de ver la promoción del concierto, emocionados ante la oportunidad de ver a su “ídolo” —porque a esa edad eso es lo que es un artista que nos gusta— cantando en vivo y de “cerca”. Madre al fin, comenzó la planificación para llevar a los muchachitos a su primer concierto.
Gracias a las buenas gestiones de mi madre, fue posible conseguir 4 entradas en una zona “privilegiada” y con esto no me refiero tanto a la cercanía del escenario —a pesar de que conseguimos ubicarnos en la fila 32, así que estábamos cerquita— sino al hecho de que fuera en sillas, ya que se imaginarán que pegarse un concierto de ese estilo con dos niños chiquitos y de pie, no me causaba ninguna emoción.
Llega por fin el día. Luego de convencer a mi hija de que la idea de llevarse la peluca de Hannah Montana no era muy buena y de que era preferible los pantalones largos, la chaqueta de frío y las botas de lluvia, a la faldita y las medias pantys que pensaba ponerse, salimos a las 3 de la tarde hacia la Universidad Simón Bolívar, en medio de una Caracas colapsada por la lluvia interminable y algunas protestas, de las que suelen empezar el día y la hora menos esperado, en nuestra querida ciudad. Salimos pues, mis dos hijos, mi amiga Maru Menechey y yo, rumbo a cumplir el sueño de ver en el escenario a Hannah Montana.
Les confieso que hacía mucho tiempo que no veía tanto color rosado junto, en una gama que abarcaba todas las tonalidades posibles y en prendas tan varias, como el tono de los gritos de niños emocionados que se veía por doquier.
Las entradas “Premium” nos aseguraban sillas numeradas, por lo que la cola para entrar a nuestra zona, no era ni remotamente tan larga como la de los padres que les tocó la zona de “Gradas” y “General”. Nunca en mi vida había visto tantas caras de “todo sea por el amor a los hijos” reunidas en un mismo sitio. Bandanas, franelas, chapitas, llaveros, fotos, afiches, pasaban de manos de vendedores a manos de niños y adolescentes, previa intervención de las billeteras de los padres resignados a gastar un dinerito adicional, luego de haber pagado las cifras astronómicas de las entradas, en las distintas ubicaciones. Creo que las compañías organizadoras deberían considerar una especie de “pase de cortesía” para los padres que llevamos a nuestros hijos. Sería justo y necesario.
Comienza el concierto y se monta Lasso en el escenario, luego de ya casi 3 horas de escuchar como si fuese un disco interminable “¿Mami, cuánto falta?”. Y les garantizo que no era sólo de la boca de mis hijos que lo escuchaba.
El muchacho lo hace bien, canta bien, tiene presencia y logró que la gente intentara corear canciones que no se sabía, aunque su intento por comunicarse con el público fue marcado por la falta de experiencia ante el manejo de multitudes y lo llevó a hablar únicamente de Miley Cyrus. Pero se le puede dar el beneficio de la duda, en cuanto a llegar a ser un artista con presencia se refiere.
Por fin, la frase tan esperada por la multitud de niñas, niños y adolescentes llegó (y estoy segura que por muchos padres, madres y representantes también) “Y ahora los dejo con Miley Cyrus…!”. Mientras el tropel de gente sobre el escenario hacía los cambios pertinentes, un “Miley, Miley, Miley…” ensordecedor debido a lo agudo de las voces que lo pronunciaban inundó la noche, en medio de un frío que ya había comenzado a transformarse en calor por la emoción y bajo una noche con amenaza de lluvia, que gracias a los poderes mentales de todos los padres que nos encontrábamos allí reunidos, nunca se concretó.
Imágenes de una ciudad en la pantalla, luces de distintos colores y los sonidos de un helicóptero y —por fin— Miley Cyrus apareció en el escenario. El problema era que los niños pequeños no la vieron porque la multitud de adolescentes montados sobre las sillas, formaron una barrera que les hacía imposible ver, ni siquiera las pantallas. Los gritos con el nombre de la cantante, se transformaron en un rumor de llanto acompañado de “Mami/Papi no veo!”. El desespero de los chiquitos —y por supuesto también el pensamiento de “yo no pagué un dineral para que no vieran”— hizo que casi a la misma vez, todos los padres, madres, representantes —y en mi caso mi amiga Maru— cargáramos con nuestros muchachos al hombro para que pudieran ver a una Hannah vestida con un short de cuero negro, botas altísimas, ligueros y corset, pero… Epa! Esta no es Hannah Montana!... no, no lo era, era Miley Cyrus. No sólo su ropa dejó clarísimo que no lo era, también su música. De la empalagosa melodía de “You got the best of worlds” —que por cierto no cantó— con la que siempre abría sus conciertos, pasó a una rockerísima “Liberty Walk” que si bien muchos de los chamos grandes se sabían, dejó con los ojos claros y sin vista a los más chiquitos. Ni hablar de cuando la cantante decide hacer un homenaje a los “ídolos que la inspiraron” y se lanza a cantar “Smells like teen spirit” de Nirvana. No sé quiénes se sorprendieron más, si los padres viendo a Hannah Montana cantando un muy buen cover de esta canción, o los niños al ver que todos los padres cantábamos una canción que ellos no se sabían. Miley se metió al público en el bolsillo. A este punto, y luego de unos cuantos cambios de vestuario, todos en la misma onda sugerente, los padres —y léase “padres”, en masculino— estaban también encaramados en las sillas intentando ver a la Miley de 18 años y no a la Hannah de 12 que habían ido casi obligados a ver. Los chamos deliraban, olvidado ya el shock inicial de una Hannah que ya no era Hannah, al ver a los adultos siendo partícipe de la misma onda en la que ellos estaban.
En resumidas cuentas, Miley cantó 19 canciones. Hannah cantó solo una, “The Climb”, pero creo que esta bastó para que se reivindicara con su público infantil. Por lo menos con el que todavía quedaba despierto.
Hoy, mi cuello paga el haber tenido a mi hijo de casi 8 años, durante casi dos horas apoyado en mis hombros mientras estaba parado en el respaldar del asiento de adelante. Supongo que Maru debe estar igual, porque sin pensarlo se caló las dos horas con mi hija de casi 6 montada en sus hombros. Pero creo que la cara de felicidad de los dos y el compartir un momento que cerró bastante una brecha generacional en asuntos de música, valió la pena.
Ahora, de lo que sí no cabe duda, es de que al igual que Britney Spear, Cristina Aguilera, Hillary Duff, Ricky Martin, Lindsey Lohan e incluso la siempre niña Shirley Temple, Hannah Montana creció y ahora es simplemente Miley Cyrus —SmileySexyMiley—. Pero bueno, eso es inevitable.

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