Despeinada...

Cualquiera que conozca a mi familia, se verá en la necesidad de escuchar, reiteradamente, la anécdota de cuando mi Tía Beatriz y su familia se vinieron a vivir a Venezeuela, luego de una temporada en Italia e Inglaterra, Lo interesante del asunto, no es en sí, la "vuelta a la patria". No, para nada. La causa de la repetición hasta el cansancio del cuento, fue el "encuentro cercano del tercer tipo" entre dos primas de la misma edad (nos llevamos sólo 5 meses), una de ellas con los modales Italo-ingleses y la otra con costumbres totalmente autóctonas, a los extremos.
La mejor explicación de estas "diferencias" se ejemplifica, en el cuento de que mientras María Beatriz (la inglesita) jugaba con tierra en el jardín de casa de mi abuela sin ensuciarse ni las medias pantys ni el vestido que le ponían a tal fin, María Alejandra (la criollita) andaba como una loca moneada en la mata de mango y vestida -o desvestida- única y exclusivamente con la ropa interior que usaba en el momento, que se trataba sólo de la "parte de abajo" ya que la "parte de arriba" no se justificaba para la época. Hay que reconocer que vanos esfuerzos hizo mi tía en emparejar la situación: me inscribieron en clases de Ballet al igual que a la Titi, pero fue más el tiempo que pasaron escuchando a la profesora quejarse de mi conducta que lo que duré asistiendo.Intentó ponerme lacitos, colitas y demás ue no eran mucho lo que duraban y comenzaron a vstirme con los vestiditos y las medias pantys, a ver si copiaba algo.
De los viajes de los miembros de la familia, llegaban en la maleta con bastante frecuencia, vestidos "en pares". Es decir, dos vestidos igualitos (quizás podía variar el color) uno una talla más grande que el otro, ya que aunque éramos de la misma edad, yo siempre fui flacuchenta hasta que pisé el terrible umbral de los 25 años y al día siguiente aumenté 10 kg. Pero eso es otro cuento.
El caso es que la compra de vestidos por pares, hacía que mi closet viviera una especie de "deja vu" cada vez que un vestido que ya no me quedaba era sustituído por otro exactamente igual -un poquito más grande- gracias al mágico invento de las madres venezolanas como son "las chivas". Tengo que confesar que jamás me importó mucho el asunto, ya que las pocas veces que andaba vestida, prefería usar shorts, franelitas y jeans, en vez de los vestidos con encajitos, volanticos y florecitas.
Todo este cuento viene al tapete, porque de nuevo leí hoy, esa frase que confieso no saber de quién es, pero que dice que las mejores cosas de la vida, despeinan. Y agrego yo, arrugan -la ropa, no la piel-. Vivir, despeina y por más que nos empeñemos en gastar cantidades de dinero alisándonos el cabello y comprando trapos costosos para vernos mejor, cuando realmente mejor nos vemos, es cuando estamos despeinados y arrugados (en el mejor de los casos), sencillamente porque estamos haciendo una abierta y franca declaración de que somos felices.
Por supuesto que me arreglo, me peino, me maquillo, uso accesorios, amo las carteras (no tanto los zapatos) y me encanta estrenarme una pinta, pero después de treinta y algo de años, las cossa no han cambiado mucho y sigo siendo verdaderamente feliz con una franelita, un jean y despeinada, igual que cuando tenía 5 o 6 años.
Obviamente, también sigo siendo feliz sin ropa, pero eso si ha cambiado un poco y creo que es material para otro post. Así que a despeinarse y a vivir feliz!