Tengo 38 años. Soy de la generación que nos tocó escuchar “Devuélveme a mi chica” de Hombres G con un desagradable “piiiii” en todos sus coros, para tapar la palabra “marica”, porque las leyes de nuestro país impedían la difusión de “malas palabras” por cualquier medio de comunicación.
Soy diseñadora gráfica. No sé de leyes, lo confieso. Sin embargo, sé de moral y de respeto y esto, gracias a que fui criada en un hogar donde me enseñaron que TODO el mundo merece mi respeto, aunque un rato más tarde demuestre lo contrario. Ahora, como madre, pretendo criar a mis hijos bajo el mismo esquema. Por esta razón, me he esmerado en intentar explicar a mis hijos la “definición” de ciertas palabras que escuchan en la calle y que, inevitablemente, llegan a preguntar su significado. Tengo una metodología al respecto: explico lo que quiere decir y luego las clasificamos en si son palabras que irrespetan o no a sus interlocutores, simplemente, porque no considero que haya palabras que deban ser “prohibidas” pero sí creo, que cada persona debe tener el suficiente criterio para saber en qué momento y bajo qué circunstancias, esa palabra puede ser o no utilizada. En resumidas cuentas, creo que se trata simplemente de un poco de cultura, de valores y por supuesto —de nuevo— de respeto.
El día de ayer, mi hijo de 8 años me llamó la atención sobre la palabra “puta”. Su comentario se refería a si debíamos o no “revisar” la utilización de dicha palabra ya que él escuchó, que “una señora que sabe de leyes” dijo que era correcto decirla. Lo triste no es que él hubiese pedido una rectificación de mi parte, lo triste es que yo me haya visto en la necesidad de faltar a las bases de respeto de mi crianza (y de la suya) y explicarle que esa “señora que sabía mucho de leyes” estaba tomando una decisión por razones equivocadas y que sus palabras habían sido consecuencia del terrible acto de vender su moral y sus principios. La respuesta de mi hijo, en medio de su inocencia y del no saber todavía muy bien ciertos temas, fue contundente “ah mami, entonces ella es puta”. Lo más lamentable, es que yo no haya tenido ni bases, ni explicación alguna para refutarle su apreciación.
Entonces, yo que no sé nada de leyes me pregunto ¿Quién vela por lo intereses de los niños que se están criando en un país donde la falta de valores está a la vuelta de la esquina? ¿De qué vale el esfuerzo de madres, familia, maestros, por inculcar respeto y valores en los niños y adolescentes si un personaje oscuro como Mario Silva puede echar por tierra todo el trabajo hecho y más aún avalado por la leyes de la República?.
Admiré enormemente la valentía de Miguel Henrique Otero y su familia al tomar la decisión de darle la cara a un malandro como Mario Silva, pero me decepciona enormemente un país que parece no darse cuenta que esa lucha no es por el honor de una persona, es por el derecho que tenemos todos de vivir y de criar a nuestros hijos en un ambiente lleno de valores y de respeto.
Con respecto a la jueza González, creo que pasará a la historia como otro de los oscuros peones de esta Revolución, sólo que además, se volverá tristemente célebre por legalizar el insulto con el que será identificada por el resto de su vida.
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