Una palabra puede hacer la diferencia. Bien dicha y en el momento oportuno puede acabar guerras, recuperar amores, reconciliar familias, obtener perdones... palabras sueltas pueden no significar nada, juntas pueden mover el mundo. Aquí están mis palabras...
viernes, 28 de mayo de 2010
La Mesa engañosa...
Quién no tiene en su casa una mesita ratona? de esas que compramos siempre acorde con los muebles, porque es imposible tener un juego de sala sin una mesa de centro. Ante la decisión importantísima de elegir nuestro juego de muebles (sofá de dos puestos, sofá de 3 puestos, poltrona), completamos con la flamante mesita. Las razones? pues muy sencillas: la mesa ratona sirve, pensamos, para equilibrar el ambiente. Terminará siendo punto de encuentro donde todos los reunidos, podrán dejar con confianza aquellas cosas, que aún siendo importantes en la reunión, necesitan ser dejadas de lado a veces, mientras nos entregamos a los trasfondos banales de las conversas y de los cuentos de las últimas cosas que hicimos. Lo ideal sería analizar y escoger con mucho cuidado aquellas piezas que deben conformar la mesa (ceniceros, floreros, portaretratos), pero en vista de que algunos no tenemos gusto por la decoración, o no tenemos tiempo o simplemente existen asesores en el área que nos dicen qué debemos poner, termina quedando la decisión directa o indirectamente en manos de otra persona que nos dirá: "No, ese florero es muy alto y puede interferir en el diálogo" , "ese portaretrato es muy sencillo y necesitamos algo más llamativo que represente" o "ese cenicero no es lo suficientemente grande, así que no tiene relevancia". Así, tenemos al fin, en la mitad de nuestra sala, una mesa ratona con todas las de la ley, con los elementos necesarios para que cumpla con la esperada encomienda de equilibrar el ambiente, unir a los reunidos y hacer fiel representación de los intereses de nosotros, orgullosos dueños de la casa.
Y llega la hora de la verdad, vamos a estrenar la sala! Tarde nos damos cuenta que la mesita ratona, cobra vida propia. Lo primero es que comenzamos a pensar que ojalá nos hubiésemos involucrado más en las decisiones de los adornitos que la conformaban (A lo mejor el portaretratos más sencillo hubiera desviado menos la atención de los invitados). Luego, nos damos cuenta de que realmente, la mesa no une, sino que divide y que tal vez, una menos ostentosa, colocada a un ladito que sirviera como apoyo, hubiera resultado mejor que ésta ocupando el sitial de honor de nuestra sala. Pensamos en cambiar el orden de algunos de los adornos, pero, nos damos cuenta, que la misma mesa reclama que los mantengamos igual, simplemente porque ya nos acostumbramos a verlos como estaban y estar cambiando el orden a cada rato, pues nos crea confusión a nosotros mismos. Terminamos entonces con un mamotreto en la sala, que ya no nos gusta tanto como antes, al que nos importa ya poco si los invitados manchan con sus vasos o no y de la que sólo esperamos que pase la novedad de la mesa nueva, para salir corriendo e intentar conseguir otra que vaya más acorde con nuestras necesidades.
Increíble no? Menos mal que estamos hablando de simples y vacías decisiones acerca de decoración y no del futuro del país...
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Y peor se hace la historia, si esa mesita ratona cobra vida propia, y de a poco, con el poder de su encanto y brillo que encandila, desea imponerse como ama y señora de la sala primero, de las habitaciones contiguas después, y de toda la casa con miembros que la ocupan incluidos... Si, menos mal que se trata de la algo simple y vacío, y no del futuro del país...
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