Palabras más, palabras menos...
Una palabra puede hacer la diferencia. Bien dicha y en el momento oportuno puede acabar guerras, recuperar amores, reconciliar familias, obtener perdones... palabras sueltas pueden no significar nada, juntas pueden mover el mundo. Aquí están mis palabras...
martes, 24 de abril de 2012
Sobre la Intolerancia (y la operación BAS)
La intolerancia es intolerancia del lado que esté. Lamentablemente, la división que aqueja a nuestro país en este momento, no nos hace darnos cuenta, pero nunca ha sido más cierto el dicho de que “lo que es bueno para el pavo, es bueno para la pava”.
Venezuela necesita, le urge, que se fomente la unión, la comprensión. Sin embargo el ego, el resentimiento, las ínfulas de grandeza de muchos, los han llevado a realizar acciones “por el bien común” que no son más que una muestra terrible de intolerancia e ignorancia.
Quiero aclarar que no tengo nada en contra de las cuentas anónimas de Twitter, muchas personas tienen verdaderas y reales razones para no mostrar sus nombres en sus perfiles, el problema se presenta cuando detrás de la cuenta anónima, el ego de su usuario crece y crece desmedidamente a medida que sus seguidores aumentan, y protegido por este anonimato, pretende manejar y manipular.
Desde hace algún tiempo un minúsculo grupo de cuentas anónimas, pero eso sí, con egos enormes y cantidades de seguidores, tuvo la “genial” —totalmente irónico— idea de llevarnos al Twitter aquello en contra de lo que tanto hemos luchado y por lo que tanto hemos protestado: la censura. ¿Se acuerdan cuando llegamos a TT protestando por el cierre de las radios? ¿o de RCTV? ¿o por Globovisión? ¿o por El Nacional? sin importar el nombre que tuviera el medio, la protesta era la misma “no queremos que nos coarten la libertad de expresión”. Sin embargo, ahora, nosotros mismos lo hacemos. No importa si quieren llamarlo Operación BAS o como les de la gana, el procedimiento es un atentado fascista —sí, fascista como nos dicen los chavistas— a la libertad de expresión. Censurar a alguien por lo que dice es coartar su libertad, no importa si es chavista u opositor. No me vengan con el cuento de los insultos, porque si a Ud lo insultan por Twitter, nada más fácil que darle block y spam, pero en buena lid, solito, enfrentándolo como “hombrecito”, como le enseñan a los niños desde que son chiquitos, no saliendo corriendo a buscar a la patota completa para caerle en cayapa.
¿Qué fue lo que pensaron? ¿que se la estaban comiendo? ¿que “nosotros somos más y no nos van a poder hacer lo mismo”? ¿Todavía no hemos entendido la gran parte de “pueblo” que está del otro lado? ¿todavía no hemos entendido que queramos o no están mucho más organizados que nosotros, porque los mueve una “razón” de vida, mientras a nosotros nos mueve un “estilo” de vida? ¿es que no pensaron dentro de sus ínfulas de grandeza aupado por miles de seguidores, el riesgo en el que ponían a todas esas cuentas que no tienen los numeritos tan altos? De nuevo, la misma historia que llevó a Chávez al poder, que lo mantiene y que lo mantendrá mientras tenga vida: yo pienso en mí y los demás no importan. No hemos aprendido. Nada.
La lección de la unión, la usamos solo como bandera política. Prefiero mil veces el insulto de un chavista y tomar la decisión de si lo sigo, me lo vacilo, lo convenzo o no, que la “protección” de unos cuantos ególatras que no han entendido, después de 13 años, que Venezuela es una y que si no hacemos lo posible porque quepamos todos, entonces ninguna lucha vale la pena.
lunes, 16 de abril de 2012
Tres años en Twitter
Trabajaba en una imprenta y mi amiga Mariana me preguntó si tenía Facebook… “¿Qué es eso?” le pregunté. Con paciencia me explicó y me creó una cuenta. Me pareció interesante desde el principio. Me reencontré con amistades que tenía años que no veía. Hicimos reencuentros, los documentamos y los compartimos con los miembros del grupo que vivían fuera. Comencé a utilizar las “notas” del Facebook para escribir opiniones, poemas y todas esas cosas que antes anotaba en papelitos, pero que nadie leía. Después usaba los “nicks” como estatus. Los cambiaba varias veces al día, según lo que pasaba en política, alguna frase o algún pensamiento que quería compartir. Me encantaba Facebook. No tengo problema en decirlo. Invertía buena parte de mi tiempo actualizando, pero me desesperaba un poco el que no fuera tan “en vivo”.
Un día —6 de abril de 2009, para ser exactos—ya trabajando en Producto, terminada la hora del almuerzo y en ese tiempo de sobremesa que siempre he disfrutado tanto en los sitios donde he trabajado, mi amigo Alcides León (@aleon1969) se sentó en mi computadora y me enseñó el Twitter. Me animó y ayudó a abrir la cuenta y le dije —literalmente— “esto es un fastidio, Alcides. Tener eso solo para poner frasecitas y cosas que haces me parece un fastidio”. Alcides me vio con cierta cara de condescendencia que aprendí a reconocer y que era de yo-sé-algo-que-tú-no-sabes y me dijo “Todavía no lo sabes, pero créeme que tú eres una usuaria Twitter”. Él había creado un monstruo y tampoco lo sabía.
Pasó un tiempo la cuenta Twitter sin que yo le consiguiera utilidad —sí, eso nos pasa a todos, lo sé— y solo la utilizaba para leer noticias, ver el tráfico y otras cosas “funcionales”. Confieso que en alguna oportunidad llegué a pensar que Alcides me consideraba idiota, porque al decirme que era “usuaria Twitter” y yo el único uso que le conseguía a Twitter era leer noticias, pues, no era difícil sacar la cuenta.
Hasta que llegó “la revelación”… Para mayor disfrute y diversión de Alcides, el golpe llegó en su presencia, es más, de nuevo, gracias a él. Habíamos asistido a La Primera Cumbre del Futuro, organizada por Evenpro en la Quinta Esmeralda. Aunque nos pareció que más que de “el futuro” era de “el pasado”, porque los dos Chris echaban los cuentos de cómo se habían vuelto millonarios y exitosos, la charla resultó ser bien interesante. En un momento Chris Sacca aseguró que Twitter “sería el próximo Google” y yo casi que solté la carcajada, pero el tema es que, Alcides, excelente periodista y además del área tecnológica, se encontraba enfrascado escribiendo por su Blackberry, cosa que además de extraño, me pareció de muy mala educación. Me percaté además de que todos los periodista del área tenían la misma actitud. Ante mi inquietud, Alcides se limitó a decirme “después te explico”.
La explicación llegó al día siguiente, frente a la compu y de la mano de un “entra en Twitter”. Bajo el hashtag —palabra que descubrí ese día— #CumbreDelFuturoCcs se encontraban agrupados todos los comentarios de Alcides y de otros periodistas que habían asistido al evento. Era como volver a estar en la cumbre de nuevo. En ese momento entendí lo que era Twitter y entendí además lo que quiso decir Sacca cuando habló de que sería el nuevo Google.
A partir de allí, comencé a interactuar y no solo a leer. Tímidamente al principio. Comencé a seguir personas que me recomendaron seguir y a su vez a aquellas personas con los que éstos interactuaban. Memorable, por ejemplo, cuando comencé a seguir a @nuneznoda que se dedicó a poner historias y estadísticas relacionadas con el sexo. Memorable también cuando en agosto de 2009, Venezuela hizo su primera protesta virtual a través del HT #FreeMediaVe —lamentablemente nos acostumbramos a protestar de esta manera y abandonamos las calles, pero esa es harina de otro costal. Y por supuesto, impelable aquel 18 de septiembre cuando gracias a @capibar y @nuneznoda en Venezuela todos botamos la cédula llenando los Timelines de recuerdos bajo el HT de #caelacedula.
Mucha agua ha corrido bajo el puente o mejor dicho, muchos tweets han rodado por los TL desde aquel entonces. Hoy, 3 años después de aquel “tú eres una usuaria Twitter” puedo decir tranquilamente que sí, lo soy. Además y aunque suene pedante, creo que soy parte de esa “segunda vieja escuela” —segunda, porque mucho antes nos antecedió la escuela de @curiosa @modulor @huguito y afines— que logró “entender” el Twitter y lo pongo entre comillas, porque es difícil entender algo que en realidad no tiene forma, ni reglas, ni método. Tratar de entender Twitter es lo mismo que tratar de entender la naturaleza humana, porque de eso se trata. Leo a veces a gente —por Twitter, twitteando, sí— decir que los que twittean no tienen vida o que han vuelto del Twitter su vida. No puedo evitar reirme. Es la gente que no logra entender, que Twitter no sustituye la vida de nadie, simplemente se hace parte de la que ya tienes.
Mi balance, 3 años después es positivo. He conocido gente excelente que ha pasado de ser un avatar y 140 caracteres, a ser amigos, compañeros de trabajo, confidentes y en muchos casos incondicionales. He experimentado afectos muy distintos a los que había tenido en mi vida y no digo mejores o peores, sino distintos. He sentido la solidaridad de muchos en momentos en que la he necesitado. He reído con gente del otro extremo del país y he aprendido el significado de palabras que se utilizan en otro lado del mundo. Ha sido mucho lo que he aprendido en 3 años, gracias a los pedacitos de sí que cada quien expresa en 140 caracteres.
Mi mundo se ha hecho más grande y no porque antes fuese pequeño, sino porque ahora tengo la opción de llegar a personas a las que de otra manera nunca hubiese llegado, de conocer gente que de otra forma nunca hubiese conocido.
Así que hoy, 3 años después, puedo decir, no que soy una “usuaria Twitter”, sino simplemente “Soy Twittera”.
Un día —6 de abril de 2009, para ser exactos—ya trabajando en Producto, terminada la hora del almuerzo y en ese tiempo de sobremesa que siempre he disfrutado tanto en los sitios donde he trabajado, mi amigo Alcides León (@aleon1969) se sentó en mi computadora y me enseñó el Twitter. Me animó y ayudó a abrir la cuenta y le dije —literalmente— “esto es un fastidio, Alcides. Tener eso solo para poner frasecitas y cosas que haces me parece un fastidio”. Alcides me vio con cierta cara de condescendencia que aprendí a reconocer y que era de yo-sé-algo-que-tú-no-sabes y me dijo “Todavía no lo sabes, pero créeme que tú eres una usuaria Twitter”. Él había creado un monstruo y tampoco lo sabía.
Pasó un tiempo la cuenta Twitter sin que yo le consiguiera utilidad —sí, eso nos pasa a todos, lo sé— y solo la utilizaba para leer noticias, ver el tráfico y otras cosas “funcionales”. Confieso que en alguna oportunidad llegué a pensar que Alcides me consideraba idiota, porque al decirme que era “usuaria Twitter” y yo el único uso que le conseguía a Twitter era leer noticias, pues, no era difícil sacar la cuenta.
Hasta que llegó “la revelación”… Para mayor disfrute y diversión de Alcides, el golpe llegó en su presencia, es más, de nuevo, gracias a él. Habíamos asistido a La Primera Cumbre del Futuro, organizada por Evenpro en la Quinta Esmeralda. Aunque nos pareció que más que de “el futuro” era de “el pasado”, porque los dos Chris echaban los cuentos de cómo se habían vuelto millonarios y exitosos, la charla resultó ser bien interesante. En un momento Chris Sacca aseguró que Twitter “sería el próximo Google” y yo casi que solté la carcajada, pero el tema es que, Alcides, excelente periodista y además del área tecnológica, se encontraba enfrascado escribiendo por su Blackberry, cosa que además de extraño, me pareció de muy mala educación. Me percaté además de que todos los periodista del área tenían la misma actitud. Ante mi inquietud, Alcides se limitó a decirme “después te explico”.
La explicación llegó al día siguiente, frente a la compu y de la mano de un “entra en Twitter”. Bajo el hashtag —palabra que descubrí ese día— #CumbreDelFuturoCcs se encontraban agrupados todos los comentarios de Alcides y de otros periodistas que habían asistido al evento. Era como volver a estar en la cumbre de nuevo. En ese momento entendí lo que era Twitter y entendí además lo que quiso decir Sacca cuando habló de que sería el nuevo Google.
A partir de allí, comencé a interactuar y no solo a leer. Tímidamente al principio. Comencé a seguir personas que me recomendaron seguir y a su vez a aquellas personas con los que éstos interactuaban. Memorable, por ejemplo, cuando comencé a seguir a @nuneznoda que se dedicó a poner historias y estadísticas relacionadas con el sexo. Memorable también cuando en agosto de 2009, Venezuela hizo su primera protesta virtual a través del HT #FreeMediaVe —lamentablemente nos acostumbramos a protestar de esta manera y abandonamos las calles, pero esa es harina de otro costal. Y por supuesto, impelable aquel 18 de septiembre cuando gracias a @capibar y @nuneznoda en Venezuela todos botamos la cédula llenando los Timelines de recuerdos bajo el HT de #caelacedula.
Mucha agua ha corrido bajo el puente o mejor dicho, muchos tweets han rodado por los TL desde aquel entonces. Hoy, 3 años después de aquel “tú eres una usuaria Twitter” puedo decir tranquilamente que sí, lo soy. Además y aunque suene pedante, creo que soy parte de esa “segunda vieja escuela” —segunda, porque mucho antes nos antecedió la escuela de @curiosa @modulor @huguito y afines— que logró “entender” el Twitter y lo pongo entre comillas, porque es difícil entender algo que en realidad no tiene forma, ni reglas, ni método. Tratar de entender Twitter es lo mismo que tratar de entender la naturaleza humana, porque de eso se trata. Leo a veces a gente —por Twitter, twitteando, sí— decir que los que twittean no tienen vida o que han vuelto del Twitter su vida. No puedo evitar reirme. Es la gente que no logra entender, que Twitter no sustituye la vida de nadie, simplemente se hace parte de la que ya tienes.
Mi balance, 3 años después es positivo. He conocido gente excelente que ha pasado de ser un avatar y 140 caracteres, a ser amigos, compañeros de trabajo, confidentes y en muchos casos incondicionales. He experimentado afectos muy distintos a los que había tenido en mi vida y no digo mejores o peores, sino distintos. He sentido la solidaridad de muchos en momentos en que la he necesitado. He reído con gente del otro extremo del país y he aprendido el significado de palabras que se utilizan en otro lado del mundo. Ha sido mucho lo que he aprendido en 3 años, gracias a los pedacitos de sí que cada quien expresa en 140 caracteres.
Mi mundo se ha hecho más grande y no porque antes fuese pequeño, sino porque ahora tengo la opción de llegar a personas a las que de otra manera nunca hubiese llegado, de conocer gente que de otra forma nunca hubiese conocido.
Así que hoy, 3 años después, puedo decir, no que soy una “usuaria Twitter”, sino simplemente “Soy Twittera”.
Secretos...
Un grito seco rompió el silencio de la noche. Se incorporó sudorosa todavía con las imágenes del sueño en su mente. No podía apartar la visión de tres cuerpos inertes bañados en sangre y aquella sensación de angustia que sentía que la ahogaba. Luego esas luces que la cegaban y las voces que la aturdían. Y ya no podía recordar más.
La puerta de su habitación se abrió. Bertha entró y encendió la lamparita de la mesa de noche.
—Tranquila Alicia, es solo una pesadilla. Ya todo está bien —le dijo cariñosamente, mientras le entregaba un vaso de agua y tomaba una pequeña toalla para secar el sudor de su frente.
Alicia tomó el agua y le agradeció.
— Es que la imagen es tan real. Y esa sensación de dolor, de impotencia… —dijo haciendo una mueca de asombro.
— Lo sé, lo sé. Has estado muy intranquila estos días y dormir mal no te ayuda para nada. Mejor tómate una pastillita para que puedas dormir y descansar y estés relajada mañana cuando venga el Dr. Eduardo. —Dijo Bertha entregándole la pequeña pastilla blanca.
Alicia pensó en Eduardo y se sintió más tranquila. Bertha tenía razón, no podía permitirse que su futuro esposo la viera desaliñada y ojerosa. Un hombre tan guapo, a punto de graduarse en medicina y tan impecable y bien vestido, era un “buen partido” para cualquiera y ella debía mantenerse hermosa y cuidada, como él la había visto siempre.
Tomó la pastilla, un sorbo de agua y apoyó de nuevo la cabeza en la almohada. Le pidió a Bertha que cerrara la puerta del secreter que se encontraba en su cuarto —no recordaba haber abierto la pequeña puertecita— y le dio las gracias y las buenas noches.
Bertha entró de nuevo en el cuarto a las ocho de la mañana. Abrió las cortinas y dejó que la luz entrara en él. Alicia se levantó y le dio los buenos días. Luego se acercó a la ventana y miró a través de ella, mientras Bertha tendía la cama. Le gustaba mirar por la ventana de su cuarto. Podía verse el verde de los arbustos del jardín y algunas de la flores que estaban hacia un lado de la casa. Y al fondo, se veían las copas de los árboles del parque de enfrente.
—El día está hermoso. Deberíamos salir a caminar. Quiero comprar una pinturita de labios de un color fresa que vi en una revista. ¿Me acompañarías, luego del desayuno? —le dijo a Bertha mientras observaba en sol y el cielo espléndido.
— No hay problema, pero debe ser más tarde. Recuerda que hoy es martes y el Dr. Eduardo viene a eso de las nueve y media.
Alicia sonrió, entró en el baño y comenzó su pequeño ritual de aseo personal de todas las mañanas. Cuando salió del baño, ya su ropa estaba encima de la cama. Se vistió y Bertha entró de nuevo, mientras ella se sentaba frente al espejo. Vio su imagen mientras Bertha la peinaba. Vio su larguísimo cabello dorado que formaba ondas, antes de que la mujer lo recogiera en una enorme trenza.
Bajó a desayunar y luego de comer un plato de frutas y tomar las vitaminas que Bertha puso junto al plato, se sentó en la terraza que daba al jardín. Observaba con detenimiento al jardinero y parte del personal que trabajaban bajo el sol. Puso su atención en una pequeña niña de cabellos rubios que no había visto antes. Su mente empezó a distraerse. Las imágenes, como flashes, del cabello dorado lleno de sangre, en la mitad del camino y de nuevo las luces y las voces. Comenzaba a sentir esa angustia que la oprimía, cuando sintió una mano en su hombro. Levantó la vista y su mirada se cruzó con la Eduardo.
—¿Estás bien? —le dijo éste en un tono algo preocupado.
— ¡Sí! —respondió ella, dibujando una sonrisa en sus labios.
Él se acercó y le dio un beso en la mejilla. Luego se alejó para sentarse en otra de las sillas de la terraza. Alicia pudo verlo, impecable, con su camisa blanca almidonada, que resplandecía con el sol. En una ocasión le preguntó la razón por la cual siempre vestía de blanco y él solo respondió “Así vestimos los médicos, querida”.
Conversaron de distintos temas. La verdad es que Alicia disfrutaba enormemente las visitas que Eduardo le hacía en las mañanas antes de ir a la Universidad. Pero el día que más disfrutaba era los miércoles. Ese día, no recordaba bien la razón, Eduardo llegaba a eso de las 7 de la noche y se quedaba con ella a cenar. Luego se sentaban en la terraza y conversaban hasta que Alicia subía a acostarse.
Pasada una hora, Eduardo se paró y se despidió de ella con otro beso, para luego encaminarse hacia la puerta. Ella lo vio detenerse y dar la vuelta. Sacó un paquetico de su maletín y se lo entregó diciéndole “lo vi y me pareció que debía quedarte hermoso”. Le hizo una caricia en la cabeza y se fue. Alicia abrió el paquete y había una pintura de labios del color que ella había visto en la revista. Sonrió al pensar en cómo la conocía y todas las veces que ella había querido comprar algo y él se lo había traído de regalo, como si pudiera leerla, o como si alguien pudiera decirle lo que ella estaba pensando.
El resto del día lo pasó como siempre, leyendo alguno de los libros que Eduardo le había llevado, paseando por el jardín y conversando algunas veces con la gente del personal que aparecía de pronto en algunos rincones de la enorme casa. También le gustaba mirar revistas. Ese día hojeó una que mostraba “la última tendencia en vestidos de novias para el próximo 1968″. Alicia soñaba con el día de su boda. Había marcado varios vestidos que le gustaron, para luego decidir cuál usaría. Además, era uno de los pocos secretos que le guardaba a Eduardo y lo tomaba como un acto de picardía.
Al día siguiente, Alicia esperó ansiosa que fueran las 7. Cenaron en una pequeña mesa en la terraza. Bertha les trajo una jarra enorme de limonada porque la noche estaba particularmente calurosa. Sentados en unos bancos del jardín, Alicia vio pasar a la niña de cabellos rubios y tomando la mano de él le dijo:
—Cuando nos casemos, tendremos dos niños. Un varón que se llamará Eduardo, como tú y que algún día llegará a ser un gran médico, como su padre; y una niña, rubia como esa que se llamará Adriana, como se llamaba mi madre, que tocará el piano igual que ella.
Por un momento trató de recordar a su madre y le pareció que había pasado una eternidad desde que había muerto. Se mezclaban en su mente recuerdos de ella, joven, bellísima, sentada al piano y otra de una mujer gris y vieja que identificaba con ella, pero que sabía que no podía ser. La voz de Eduardo interrumpió sus pensamientos.
—¿Es ella la niña que ves en tus sueños?
— ¿Cómo sabes de mis sueños? —le dijo ella sorprendida.
— Me lo has contado, Alicia —dijo Eduardo con paciencia.
— ¿Lo he hecho? —preguntó. Pero estaba segura de que no lo había hecho y se molestó un poco al pensar que Bertha pudiese haberle contado. —Igual no es ella. Son otros los niños que veo. Ni siquiera sé si son niños. Son cuerpos que no veo con mucha claridad… —y trató de voltearse como dando a entender que no quería seguir con el tema.
Eduardo miró su reloj y le anunció que era un poco tarde y que era mejor que se acostara ya. Alicia le dio un beso cariñoso y subió con Bertha mientras él las veía desde el pie de las escaleras.
Esa noche Alicia comenzó a soñar de nuevo. Veía con claridad a un hombre alto y buen mozo que le sonreía. También veía dos niños, una hembra y un varón. Y luego, de nuevo las imágenes de los cuerpos. La lluvia, la sangre, las voces y esas luces que la cegaban. Se despertó, pero esta vez no gritó. Había visto una última imagen en su sueño, una que conocía. Prendió la luz de la mesita de noche y se paró de la cama. Fue hasta el secreter y abrió la pequeña puertita que nunca abría. Dentro había una caja. Fue una sensación extraña, como si la acabase de descubrir, aunque sabía que estaba allí. La abrió con cuidado y dentro encontró un recorte de periódico “Médico muere con su familia en terrible accidente de tránsito. La esposa fue la única sobreviviente”. Decía 14 de julio de 1979. La cabeza de Alicia comenzó a dar vueltas. Corrió hacia la ventana para ver hacia afuera. Abrió las cortinas y allí estaban, los árboles frondosos del parque, solo que los veía a través de la cuadrícula formada por una reja que recubría la ventana. Se dirigió hacia el otro lado del cuarto para prender la luz y vio su reflejo en el espejo. La imagen de una joven con la piel tersa y el rubio cabello ondulado ya no estaba. En cambio veía una piel arrugada, un cabello gris y unos ojos con una mirada apagada por la tristeza. No pudo contener el grito. No entendía, o sí lo hacía, pero no quería entender. Se abrió la puerta del cuarto y entraron Bertha y Eduardo, de blanco, como siempre, pero no con una camisa almidonada, sino una bata de médico.
—Todo va a estar bien Alicia, ya estoy aquí —le dijo mientras la abrazaba.
—¿En qué año estamos? —preguntó ella, pero ninguno contestó.
—¿En qué año estamos? —preguntó por segunda vez. Luego sintió un pinchazo en su brazo, y sintió como poco a poco se iba. Lo último que alcanzó a escuchar antes de perderse por complet0 fue la voz de Bertha que decía “2011 querida… pero ya lo sabías”.
Bertha entró en el cuarto a las ocho de la mañana como cada día. Alicia la esperaba vestida y sentada frente al espejo. Se quedó mirando su imagen, su largo cabello dorado que formaba ondas, mientras Bertha tejía una enorme trenza con él.
La puerta de su habitación se abrió. Bertha entró y encendió la lamparita de la mesa de noche.
—Tranquila Alicia, es solo una pesadilla. Ya todo está bien —le dijo cariñosamente, mientras le entregaba un vaso de agua y tomaba una pequeña toalla para secar el sudor de su frente.
Alicia tomó el agua y le agradeció.
— Es que la imagen es tan real. Y esa sensación de dolor, de impotencia… —dijo haciendo una mueca de asombro.
— Lo sé, lo sé. Has estado muy intranquila estos días y dormir mal no te ayuda para nada. Mejor tómate una pastillita para que puedas dormir y descansar y estés relajada mañana cuando venga el Dr. Eduardo. —Dijo Bertha entregándole la pequeña pastilla blanca.
Alicia pensó en Eduardo y se sintió más tranquila. Bertha tenía razón, no podía permitirse que su futuro esposo la viera desaliñada y ojerosa. Un hombre tan guapo, a punto de graduarse en medicina y tan impecable y bien vestido, era un “buen partido” para cualquiera y ella debía mantenerse hermosa y cuidada, como él la había visto siempre.
Tomó la pastilla, un sorbo de agua y apoyó de nuevo la cabeza en la almohada. Le pidió a Bertha que cerrara la puerta del secreter que se encontraba en su cuarto —no recordaba haber abierto la pequeña puertecita— y le dio las gracias y las buenas noches.
Bertha entró de nuevo en el cuarto a las ocho de la mañana. Abrió las cortinas y dejó que la luz entrara en él. Alicia se levantó y le dio los buenos días. Luego se acercó a la ventana y miró a través de ella, mientras Bertha tendía la cama. Le gustaba mirar por la ventana de su cuarto. Podía verse el verde de los arbustos del jardín y algunas de la flores que estaban hacia un lado de la casa. Y al fondo, se veían las copas de los árboles del parque de enfrente.
—El día está hermoso. Deberíamos salir a caminar. Quiero comprar una pinturita de labios de un color fresa que vi en una revista. ¿Me acompañarías, luego del desayuno? —le dijo a Bertha mientras observaba en sol y el cielo espléndido.
— No hay problema, pero debe ser más tarde. Recuerda que hoy es martes y el Dr. Eduardo viene a eso de las nueve y media.
Alicia sonrió, entró en el baño y comenzó su pequeño ritual de aseo personal de todas las mañanas. Cuando salió del baño, ya su ropa estaba encima de la cama. Se vistió y Bertha entró de nuevo, mientras ella se sentaba frente al espejo. Vio su imagen mientras Bertha la peinaba. Vio su larguísimo cabello dorado que formaba ondas, antes de que la mujer lo recogiera en una enorme trenza.
Bajó a desayunar y luego de comer un plato de frutas y tomar las vitaminas que Bertha puso junto al plato, se sentó en la terraza que daba al jardín. Observaba con detenimiento al jardinero y parte del personal que trabajaban bajo el sol. Puso su atención en una pequeña niña de cabellos rubios que no había visto antes. Su mente empezó a distraerse. Las imágenes, como flashes, del cabello dorado lleno de sangre, en la mitad del camino y de nuevo las luces y las voces. Comenzaba a sentir esa angustia que la oprimía, cuando sintió una mano en su hombro. Levantó la vista y su mirada se cruzó con la Eduardo.
—¿Estás bien? —le dijo éste en un tono algo preocupado.
— ¡Sí! —respondió ella, dibujando una sonrisa en sus labios.
Él se acercó y le dio un beso en la mejilla. Luego se alejó para sentarse en otra de las sillas de la terraza. Alicia pudo verlo, impecable, con su camisa blanca almidonada, que resplandecía con el sol. En una ocasión le preguntó la razón por la cual siempre vestía de blanco y él solo respondió “Así vestimos los médicos, querida”.
Conversaron de distintos temas. La verdad es que Alicia disfrutaba enormemente las visitas que Eduardo le hacía en las mañanas antes de ir a la Universidad. Pero el día que más disfrutaba era los miércoles. Ese día, no recordaba bien la razón, Eduardo llegaba a eso de las 7 de la noche y se quedaba con ella a cenar. Luego se sentaban en la terraza y conversaban hasta que Alicia subía a acostarse.
Pasada una hora, Eduardo se paró y se despidió de ella con otro beso, para luego encaminarse hacia la puerta. Ella lo vio detenerse y dar la vuelta. Sacó un paquetico de su maletín y se lo entregó diciéndole “lo vi y me pareció que debía quedarte hermoso”. Le hizo una caricia en la cabeza y se fue. Alicia abrió el paquete y había una pintura de labios del color que ella había visto en la revista. Sonrió al pensar en cómo la conocía y todas las veces que ella había querido comprar algo y él se lo había traído de regalo, como si pudiera leerla, o como si alguien pudiera decirle lo que ella estaba pensando.
El resto del día lo pasó como siempre, leyendo alguno de los libros que Eduardo le había llevado, paseando por el jardín y conversando algunas veces con la gente del personal que aparecía de pronto en algunos rincones de la enorme casa. También le gustaba mirar revistas. Ese día hojeó una que mostraba “la última tendencia en vestidos de novias para el próximo 1968″. Alicia soñaba con el día de su boda. Había marcado varios vestidos que le gustaron, para luego decidir cuál usaría. Además, era uno de los pocos secretos que le guardaba a Eduardo y lo tomaba como un acto de picardía.
Al día siguiente, Alicia esperó ansiosa que fueran las 7. Cenaron en una pequeña mesa en la terraza. Bertha les trajo una jarra enorme de limonada porque la noche estaba particularmente calurosa. Sentados en unos bancos del jardín, Alicia vio pasar a la niña de cabellos rubios y tomando la mano de él le dijo:
—Cuando nos casemos, tendremos dos niños. Un varón que se llamará Eduardo, como tú y que algún día llegará a ser un gran médico, como su padre; y una niña, rubia como esa que se llamará Adriana, como se llamaba mi madre, que tocará el piano igual que ella.
Por un momento trató de recordar a su madre y le pareció que había pasado una eternidad desde que había muerto. Se mezclaban en su mente recuerdos de ella, joven, bellísima, sentada al piano y otra de una mujer gris y vieja que identificaba con ella, pero que sabía que no podía ser. La voz de Eduardo interrumpió sus pensamientos.
—¿Es ella la niña que ves en tus sueños?
— ¿Cómo sabes de mis sueños? —le dijo ella sorprendida.
— Me lo has contado, Alicia —dijo Eduardo con paciencia.
— ¿Lo he hecho? —preguntó. Pero estaba segura de que no lo había hecho y se molestó un poco al pensar que Bertha pudiese haberle contado. —Igual no es ella. Son otros los niños que veo. Ni siquiera sé si son niños. Son cuerpos que no veo con mucha claridad… —y trató de voltearse como dando a entender que no quería seguir con el tema.
Eduardo miró su reloj y le anunció que era un poco tarde y que era mejor que se acostara ya. Alicia le dio un beso cariñoso y subió con Bertha mientras él las veía desde el pie de las escaleras.
Esa noche Alicia comenzó a soñar de nuevo. Veía con claridad a un hombre alto y buen mozo que le sonreía. También veía dos niños, una hembra y un varón. Y luego, de nuevo las imágenes de los cuerpos. La lluvia, la sangre, las voces y esas luces que la cegaban. Se despertó, pero esta vez no gritó. Había visto una última imagen en su sueño, una que conocía. Prendió la luz de la mesita de noche y se paró de la cama. Fue hasta el secreter y abrió la pequeña puertita que nunca abría. Dentro había una caja. Fue una sensación extraña, como si la acabase de descubrir, aunque sabía que estaba allí. La abrió con cuidado y dentro encontró un recorte de periódico “Médico muere con su familia en terrible accidente de tránsito. La esposa fue la única sobreviviente”. Decía 14 de julio de 1979. La cabeza de Alicia comenzó a dar vueltas. Corrió hacia la ventana para ver hacia afuera. Abrió las cortinas y allí estaban, los árboles frondosos del parque, solo que los veía a través de la cuadrícula formada por una reja que recubría la ventana. Se dirigió hacia el otro lado del cuarto para prender la luz y vio su reflejo en el espejo. La imagen de una joven con la piel tersa y el rubio cabello ondulado ya no estaba. En cambio veía una piel arrugada, un cabello gris y unos ojos con una mirada apagada por la tristeza. No pudo contener el grito. No entendía, o sí lo hacía, pero no quería entender. Se abrió la puerta del cuarto y entraron Bertha y Eduardo, de blanco, como siempre, pero no con una camisa almidonada, sino una bata de médico.
—Todo va a estar bien Alicia, ya estoy aquí —le dijo mientras la abrazaba.
—¿En qué año estamos? —preguntó ella, pero ninguno contestó.
—¿En qué año estamos? —preguntó por segunda vez. Luego sintió un pinchazo en su brazo, y sintió como poco a poco se iba. Lo último que alcanzó a escuchar antes de perderse por complet0 fue la voz de Bertha que decía “2011 querida… pero ya lo sabías”.
Bertha entró en el cuarto a las ocho de la mañana como cada día. Alicia la esperaba vestida y sentada frente al espejo. Se quedó mirando su imagen, su largo cabello dorado que formaba ondas, mientras Bertha tejía una enorme trenza con él.
Plagio, luego existo…
Nunca en la historia de la humanidad, el hombre había tenido tanto acceso a la información como la que tiene en este momento. El “conocimiento” —por llamarlo de alguna manera— está simplemente al alcance de un click.
Con solo teclear las primeras letras de una palabra relacionada con lo que queremos saber “San Google” —como lo llaman muchos— nos muestra una lista predictiva, donde seguramente estará el tópico que buscamos y muchos otros similares, por si acaso queremos pasar dos horas pegados a la máquina “aprendiendo”. Me atrevería a decir, que buscadores como Google, Yahoo y otros, han sido una de las herramientas más útiles que internet nos ha dado, por supuesto, cuando es bien utilizada.
Pero como es costumbre —y justamente motivado a la cantidad de información a la que tenemos acceso en la web— no puede faltar el que se siente más “vivo” que todos. Entonces, el mismo personaje que cuando está en “la 1.0″ se colea en las colas, usa los recursos de su empresa para beneficio personal, hace trácalas en los contratos apoyándose en las letricas chiquitas, se apropia de espacios de uso común en los edificios para uso y disfrute personal, y así un sinfín de actitudes “de vivo”, da el gran paso tecnológico y traslada todo su desparpajo a la 2.0. Y así nacen los expertos en plagios virtuales.
Amparados quizás por la costumbre de que “todo en la web es libre” —si no me creen pregúntenle a los precursores de la ley Sopa— una horda de “copiones digitales” está siempre al acecho de cualquier frase, post, texto, o cualquier otra cosa que sea susceptible de ser copiado. No me malinterpreten, no estoy para nada en contra de buscar información, frases, post, textos y reseñarlos. De hecho, suelo curucutear la web para “ver qué consigo” y cuando consigo algo interesante, no dudo en compartirlo en cualquiera de las redes sociales que manejo, pero siempre, citando la fuente de dónde lo obtuve, o su autor si se trata de una frase. Con lo que no estoy de acuerdo, es con robárselos. Sí, robárselos, porque igualito como “expropiar es robar” pues plagiar, también lo es.
No tiene nada de malo que alguien vea una frase en FB, Twitter, Google, WikiQuotes o lo que sea, que le guste y quiera compartirla, pero tomándose la molestia, de acotar al final quien fue su autor, si no es así, la “originalidad” dura hasta que alguien copia la frase y la coloca en Google, para que aparezca un listado de por lo menos 100 “personas originales” a los que se les ocurrió usarlas primero. Tómense por lo menos la molestia, de que al poner con bombos y platillos un nuevo estatus en su Facebook, cambiar un poco las palabras para que no tengamos que ver su “filosofía de vida” —copiada— repetida en unos 30 perfiles más, o en el peor de los casos, nos llegue con letricas moradas a través de una cadena de Blackberry.
Si se trata de un Tweet, nada cuesta mantener el usuario original. Igualito como a ti te encanta ver tu tweet retwiteado equis cantidad de veces, al autor original también.
Revisar, buscar, leer las frases y blogs de otros, es una excelente idea, y una buena práctica para ayudar a desarrollar la creatividad. Leer libros, revistas, periódicos no solo logra mantenerte informado, sino que ayuda a despertar esa “chispa” que nos impulsa en un momento dado a crear. La mente hay que ejercitarla, de eso no nos cabe duda, pero plagiar ideas de otros solamente para lograr seguidores, o “me gusta” o entradas en tu blog, solo te convierten en alguien muy poco original.
Por supuesto, siempre están los insalvables. Esos que recurren al plagio de ideas, simplemente porque no dan para más. En el caso de Twitter, podemos leer su TL un lunes y leerlo luego el miércoles siguiente y tendrá las mismas frasecitas copiadas de alguna página de autoayuda que consiguió en Google o Facebook, por supuesto, sin nombrar ni autor ni fuente. El peor de los casos —y lo he visto— es cuando la frase robada la ponen a la una de la tarde, para a las tres borrarla y volverla a poner, porque seguramente consiguieron algunos RT o seguidores la primera vez. Si hablamos de Facebook, la cosa es peor, porque como el universo está reducido a sus amigos —que seguramente la mayoría no tendrá Twitter— la fuente de información robada es inagotable. Y el tope del tope de los “copiones digitales” son los que ponen las cadenas de Blackberry, como si fuera el último y más novedoso tweet que se les ocurrió en el momento.
La autenticidad es uno de los valores más grandes que podemos tener como personas y quien no es sincero en algo tan tonto como dar crédito por una frase, post o noticia a quien de verdad lo tiene —más aún, solo para ganar seguidores—, no lo será en ninguno de los aspectos de su vida.
Originalmente copiones…
Con solo teclear las primeras letras de una palabra relacionada con lo que queremos saber “San Google” —como lo llaman muchos— nos muestra una lista predictiva, donde seguramente estará el tópico que buscamos y muchos otros similares, por si acaso queremos pasar dos horas pegados a la máquina “aprendiendo”. Me atrevería a decir, que buscadores como Google, Yahoo y otros, han sido una de las herramientas más útiles que internet nos ha dado, por supuesto, cuando es bien utilizada.
Pero como es costumbre —y justamente motivado a la cantidad de información a la que tenemos acceso en la web— no puede faltar el que se siente más “vivo” que todos. Entonces, el mismo personaje que cuando está en “la 1.0″ se colea en las colas, usa los recursos de su empresa para beneficio personal, hace trácalas en los contratos apoyándose en las letricas chiquitas, se apropia de espacios de uso común en los edificios para uso y disfrute personal, y así un sinfín de actitudes “de vivo”, da el gran paso tecnológico y traslada todo su desparpajo a la 2.0. Y así nacen los expertos en plagios virtuales.
Amparados quizás por la costumbre de que “todo en la web es libre” —si no me creen pregúntenle a los precursores de la ley Sopa— una horda de “copiones digitales” está siempre al acecho de cualquier frase, post, texto, o cualquier otra cosa que sea susceptible de ser copiado. No me malinterpreten, no estoy para nada en contra de buscar información, frases, post, textos y reseñarlos. De hecho, suelo curucutear la web para “ver qué consigo” y cuando consigo algo interesante, no dudo en compartirlo en cualquiera de las redes sociales que manejo, pero siempre, citando la fuente de dónde lo obtuve, o su autor si se trata de una frase. Con lo que no estoy de acuerdo, es con robárselos. Sí, robárselos, porque igualito como “expropiar es robar” pues plagiar, también lo es.
No tiene nada de malo que alguien vea una frase en FB, Twitter, Google, WikiQuotes o lo que sea, que le guste y quiera compartirla, pero tomándose la molestia, de acotar al final quien fue su autor, si no es así, la “originalidad” dura hasta que alguien copia la frase y la coloca en Google, para que aparezca un listado de por lo menos 100 “personas originales” a los que se les ocurrió usarlas primero. Tómense por lo menos la molestia, de que al poner con bombos y platillos un nuevo estatus en su Facebook, cambiar un poco las palabras para que no tengamos que ver su “filosofía de vida” —copiada— repetida en unos 30 perfiles más, o en el peor de los casos, nos llegue con letricas moradas a través de una cadena de Blackberry.
Si se trata de un Tweet, nada cuesta mantener el usuario original. Igualito como a ti te encanta ver tu tweet retwiteado equis cantidad de veces, al autor original también.
Revisar, buscar, leer las frases y blogs de otros, es una excelente idea, y una buena práctica para ayudar a desarrollar la creatividad. Leer libros, revistas, periódicos no solo logra mantenerte informado, sino que ayuda a despertar esa “chispa” que nos impulsa en un momento dado a crear. La mente hay que ejercitarla, de eso no nos cabe duda, pero plagiar ideas de otros solamente para lograr seguidores, o “me gusta” o entradas en tu blog, solo te convierten en alguien muy poco original.
Por supuesto, siempre están los insalvables. Esos que recurren al plagio de ideas, simplemente porque no dan para más. En el caso de Twitter, podemos leer su TL un lunes y leerlo luego el miércoles siguiente y tendrá las mismas frasecitas copiadas de alguna página de autoayuda que consiguió en Google o Facebook, por supuesto, sin nombrar ni autor ni fuente. El peor de los casos —y lo he visto— es cuando la frase robada la ponen a la una de la tarde, para a las tres borrarla y volverla a poner, porque seguramente consiguieron algunos RT o seguidores la primera vez. Si hablamos de Facebook, la cosa es peor, porque como el universo está reducido a sus amigos —que seguramente la mayoría no tendrá Twitter— la fuente de información robada es inagotable. Y el tope del tope de los “copiones digitales” son los que ponen las cadenas de Blackberry, como si fuera el último y más novedoso tweet que se les ocurrió en el momento.
La autenticidad es uno de los valores más grandes que podemos tener como personas y quien no es sincero en algo tan tonto como dar crédito por una frase, post o noticia a quien de verdad lo tiene —más aún, solo para ganar seguidores—, no lo será en ninguno de los aspectos de su vida.
Originalmente copiones…
De los enamorados...
Para muchos, la sensación empieza el primer día de febrero. Unos lo esperan, otros le huyen, unos lo adoran, otros le temen. Hay quien dice que preferiría acostarse a dormir el día anterior y levantarse el siguiente. Hay quien lo espera con ansias para recibir ese “detalle” —llamado así por cortesía porque no se te ocurra llegar con una flor— que es solo una muestra más del enorme amor que su pareja le profesa. Por buenas o malas razones, el día de los enamorados, es una de las fechas más comentadas del año.
Dicen las malas lenguas, que una especie de cofradía formada por “desparejados” decidió bautizarlo hace tiempo como “el día del amor y la amistad”, así como para tener algo que celebrar y no tener que pasar el día escondido debajo de las sábanas. Otros dicen que esta fue solamente una jugada con tintes consumistas, para lograr conquistar ese día, ese gran target de gente sin pareja, que pareciera ser tan o más abundante que los que sí la tienen. También corre el rumor de que la venta de chocolates se dispara al máximo, sin que se haya podido verificar qué porcentaje es comprado para obsequiarlo y qué porcentaje es consumido desesperadamente por féminas que se sientan a devorarlos frente al televisor, como si de una venganza se tratase, mientras ponen en el DVD alguna película que permita decir, ante el torrente descontrolado de lágrimas, que es que “la película es muy triste”.
No podemos olvidar a los yo-soy-feliz-como-estoy-yo-no-necesito-pareja, premisa que probablemente sea más cierta de lo que muchos quisieran, pero que cuando es dicha en el mes de febrero, sonará siempre más a excusa que a realidad. Otra clase interesante son los que en teoría no están solos, pero cierto morboso ensañamiento con los que lo están, se muestra bastante sospechoso, sin uno poder determinar si es que extrañan la soltería perdida o si más bien se aplica aquella frase de Sabina que dice “estar contigo es estar solo dos veces…” . Caras vemos, corazones no sabemos. También habrá quien dirá que prefiere estar solo que mal acompañado, porque al fin y al cabo no ha encontrado a quien esté “a su altura”, pero secretamente sentirá como se le pasan los días sin tener a su lado esa compañía que, lo aceptemos o no, siempre es necesaria.
Lo cierto es que la fecha, rara vez resulta indiferente a alguien, aunque las formas de manifestar los sentimientos del día varían notablemente. No siempre el que se muestra feliz y eufórico es el más acompañado y no siempre el que se mantiene reservado está tan solo. Hay quien demuestra su amor este día con un ramo de flores enorme, y habrá quien lo haga simplemente con cuidar a los niños mientras su pareja toma un baño largo y caliente. Algunos celebraran tener a su lado a la persona que los complementa y otros celebrarán tener el amor de una familia que los acompaña en los momentos difíciles. Muchos celebrarán la amistad, y no creo que por tema de “conformarse”, sino porque es un motivo para celebrar. Tal vez alguien organice una fiesta como aquella que celebraba Jessica Biel en la película “Día de San Valentín”, para todos aquellos que se sienten desdichados el día de los enamorados, y tal vez, igual que en la película, la vida le haga una de sus jugadas y logre conseguir el amor en su propia fiesta.
La vida da muchas vueltas y cuando de amor se trata, todos los días son especiales y ninguna regla es ley.
Feliz día de los Enamorados!
Dicen las malas lenguas, que una especie de cofradía formada por “desparejados” decidió bautizarlo hace tiempo como “el día del amor y la amistad”, así como para tener algo que celebrar y no tener que pasar el día escondido debajo de las sábanas. Otros dicen que esta fue solamente una jugada con tintes consumistas, para lograr conquistar ese día, ese gran target de gente sin pareja, que pareciera ser tan o más abundante que los que sí la tienen. También corre el rumor de que la venta de chocolates se dispara al máximo, sin que se haya podido verificar qué porcentaje es comprado para obsequiarlo y qué porcentaje es consumido desesperadamente por féminas que se sientan a devorarlos frente al televisor, como si de una venganza se tratase, mientras ponen en el DVD alguna película que permita decir, ante el torrente descontrolado de lágrimas, que es que “la película es muy triste”.
No podemos olvidar a los yo-soy-feliz-como-estoy-yo-no-necesito-pareja, premisa que probablemente sea más cierta de lo que muchos quisieran, pero que cuando es dicha en el mes de febrero, sonará siempre más a excusa que a realidad. Otra clase interesante son los que en teoría no están solos, pero cierto morboso ensañamiento con los que lo están, se muestra bastante sospechoso, sin uno poder determinar si es que extrañan la soltería perdida o si más bien se aplica aquella frase de Sabina que dice “estar contigo es estar solo dos veces…” . Caras vemos, corazones no sabemos. También habrá quien dirá que prefiere estar solo que mal acompañado, porque al fin y al cabo no ha encontrado a quien esté “a su altura”, pero secretamente sentirá como se le pasan los días sin tener a su lado esa compañía que, lo aceptemos o no, siempre es necesaria.
Lo cierto es que la fecha, rara vez resulta indiferente a alguien, aunque las formas de manifestar los sentimientos del día varían notablemente. No siempre el que se muestra feliz y eufórico es el más acompañado y no siempre el que se mantiene reservado está tan solo. Hay quien demuestra su amor este día con un ramo de flores enorme, y habrá quien lo haga simplemente con cuidar a los niños mientras su pareja toma un baño largo y caliente. Algunos celebraran tener a su lado a la persona que los complementa y otros celebrarán tener el amor de una familia que los acompaña en los momentos difíciles. Muchos celebrarán la amistad, y no creo que por tema de “conformarse”, sino porque es un motivo para celebrar. Tal vez alguien organice una fiesta como aquella que celebraba Jessica Biel en la película “Día de San Valentín”, para todos aquellos que se sienten desdichados el día de los enamorados, y tal vez, igual que en la película, la vida le haga una de sus jugadas y logre conseguir el amor en su propia fiesta.
La vida da muchas vueltas y cuando de amor se trata, todos los días son especiales y ninguna regla es ley.
Feliz día de los Enamorados!
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